La resiliencia nos la inventamos nosotros, los dominicanos.

La resiliencia nos la inventamos nosotros, los dominicanos.

¿Usted sabe lo que es estar tranquilo con su ritmo de vida, su organización, con su rutina, y que de momento lleguen unos salvajes a punta de lanzas a sacarte de tu comodidad, a comerse tu comida, a ultrajar a tu mujer e hijas, a incendiar tu casa, a obligarte a trabajar sin descanso, y si levantabas la cabeza, te degollaban, y, no obstante a eso, a decirte que todo lo que sabías y conocías estaba mal, que tu lengua, tus rituales, tu forma de trabajar es incorrecta y que debes aprender a hacerlo al modo de ellos o te mataban, que tus dioses no servían, y encima se burlaban, aparte de robarte todo en tu cara?

Luego, a obligarte a conocer a otras personas que también las invadieron, que las cazaban, las maltrataban y las vendían, las arrodillaban y les arrancaban su alma, lastimaban su ser; con el tiempo se volvieron tuyos, porque entrelazaban sus cuerpos adoloridos, procreaban y se volvieron parte de ti, y como el amor, invisible e inevitable, te llevó a amar las almas, a obviar color de piel, a sentir la cercanía de otro cuerpo…

Pero tenías que estar presente cuando mataban a los tuyos, cuando azotaban a los tuyos, cuando les quitaban la inocencia a los tuyos y tener que permitirlo, porque también te mataban; ver cómo se enriquecían mientras te alienaban, mientras te escupían el rostro y te caían a patadas…

Lo difícil que es que te obliguen a adquirir otra lengua, otra ideología, adorar otras entidades.

Con el devenir del tiempo, resignarte a mirar hacia el frente mientras tus tierras las organizaban a su antojo y poniendo a liderar a personas incapaces en puestos gubernamentales.

Te obligaron a hacer tantos trabajos forzados, a ti y a los tuyos, y te dijeron día y noche que no valías nada, que no eras capaz de tener nada y que no sabrías administrar, por eso se quedaban con lo tuyo, porque te dijeron que eres incapaz de luchar por lo que te corresponde.

Te viste obligado a perder tu bandera, que era como tu fortaleza, tu moral; jugaron y la intercambiaron como si fuese lo peor, pero la defendiste, como una madre y un padre luchan por la vida de sus hijos, y fue tu manifiesto de pertenencia, de identidad.

Más adelante, te enseñaron a usar las máquinas, a usar los ferrocarriles para transportar, entre otras cosas, y te dijeron que eso te iba a facilitar el trabajo, que tendrías más beneficios y que podías contar con tierras para desarrollarte…

Te dijeron que las papeletas tenían valor, pero el que a ellos se les antojaba, y luego lo perdían.

Jugaron con tu mente tanto, tanto, que todavía piensas el momento de rebelarte…

Te aseguraron que, después de que la tierra se recuperara de las embestidas de los desastres naturales, sentirías alivio y verías un nuevo desarrollo, pero ¿adivina qué? Volvieron, te sometieron y te amordazaron, ya no a punta de lanzas, sino a punta de pistolas; ya no a latigazos, sino a desapariciones tuyas y de tu familia.

Te empujaron, te amedrentaron, y tú ahí, aguantando, mordiéndote los labios y empuñando los dedos, seguiste, respiraste, esperaste…

Cuando creías que ya todo iría mejor, quedaron las pesadillas, los sobresaltos que no te permitieron disfrutar de nuevo aquella libertad que habías sentido antes del 1492. Pero ya la inmundicia había acaparado todo, y ya no anhelaban justicia, pero tú seguiste ahí, plantado por tus ideales…

Siguieron acabándolo todo, siguieron saqueando la isla, impusieron cuotas elevadas, le pusieron precio a los sueños, y debías pagar por todo, por todo aquello que siempre fue tuyo y que ahora te exigen que pagues para que hagas uso de lo tuyo, a un costo y a una cantidad que a ellos se les antoja…

Todavía sigues presente, a pesar de que ya no queda nada, que mutilaron los árboles y los suelos, que secaron los ríos y los arroyos, que vendieron todo el oro, el hierro, el ferroníquel, la bauxita, las piedras preciosas.

Permaneces inmóvil, viendo cómo cierran tus playas, se llevan los alimentos, tu petróleo, destrozan tu identidad, te sacan hasta los ojos…

Y cuando pensabas que podías elegir al que te pateará y te pondrá los grilletes, resulta que tampoco tienes la opción para eso, porque sus ambiciones aún no han cesado.

Si alguien quiere saber qué es resiliencia, que le pregunte a un dominicano.

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