La madre, de Máximo Gorki

Por Cleyvis Mariluz Pérez
La novela La madre (1906) de Máximo Gorki representa una de las cimas literarias del Realismo y el Naturalismo ruso, articulando un discurso político, humano y existencial sobre la transformación de la conciencia obrera en una sociedad oprimida por el zarismo, la miseria y la ignorancia. A través del proceso interior de Pelagia Nilovna, una madre inicialmente sumisa y aterrada, la novela traza un arco moral y social que conecta la degradación del individuo bajo condiciones infrahumanas con la posibilidad de redención a través de la conciencia revolucionaria. En este sentido, La madre trasciende el retrato naturalista del sufrimiento y lo convierte en una epopeya de crecimiento espiritual y político.
Desde las primeras páginas, Gorki sumerge al lector en un ambiente sombrío, saturado de trabajo mecánico, alcoholismo, violencia doméstica y una rutina degradante que apenas deja espacio para el pensamiento o la esperanza. “Como un agua turbia, corría igual y lenta, un año tras otro; cada día estaba hecho de las mismas costumbres, antiguas y tenaces, para pensar y obrar. Y nadie experimentaba el deseo de cambiar nada” (Gorki, 1906/Ed. Proyecto Espartaco, p. 3). Este pasaje inicial configura la cosmovisión naturalista del entorno: el obrero está atrapado en una fatalidad social, hereditaria y ambiental. En este espacio, lo humano se degrada: los padres golpean a los hijos, los hombres a sus esposas, los jóvenes se embriagan y se pelean sin sentido. Gorki no ahorra crudeza: representa la violencia como una norma cultural.

Sin embargo, a diferencia del Naturalismo francés, donde a menudo predomina la impotencia ante las fuerzas deterministas, Gorki introduce una tensión dialéctica: la conciencia puede despertarse, y el individuo, aún limitado, puede transformarse. Paul Vlassov, el hijo de Pelagia, rompe el ciclo cuando se niega a ser golpeado por su padre: “Basta –dijo Paul–: no me dejaré pegar más…” (p. 4). Esta escena, aparentemente menor, marca el comienzo de una insurrección interior que crecerá hasta abrazar la causa socialista. En contraste con su padre, Paul busca comprender y actuar: “Quiero saber la verdad” (p. 8).
La figura de Pelagia es el eje central de la novela. En su trayectoria se concentra el núcleo ético del relato. Al inicio, es un personaje marginal, víctima, silenciada, marcada física y emocionalmente por años de abusos. Pero su evolución es lenta, íntima y conmovedora. “Ella lo miraba a los ojos y pensaba: ‘¡No hará nada malo: no podría!’” (p. 19). Su fe maternal no es ingenuidad, sino una forma inicial de amor que más tarde se funde con la comprensión política. Así, cuando Paul le confiesa que lee libros prohibidos, lejos de delatarlo, se convierte en cómplice: “No haré nada por contrariarte… ¡Solamente, ten cuidado!” (p. 10).
El papel del lenguaje y de la lectura en La madre es central. El despertar de Paul no es meramente sentimental, sino intelectual. Los libros prohibidos se convierten en instrumentos de verdad, y la palabra en un acto revolucionario. “Debemos mostrar a los que nos tienen sujetos por el cuello… que lo que queremos no es solamente comer, sino vivir como seres dignos de vida” (p. 15). Esta afirmación resume el ethos de la novela: el ser humano no se reduce al instinto de supervivencia; su dignidad radica en la posibilidad de comprender, enseñar, actuar colectivamente. En este punto, Gorki supera el determinismo naturalista y se inscribe en una ética realista transformadora.
El estilo narrativo de Gorki, directo, áspero y poético por momentos, es parte de su propuesta estética. A través de una tercera persona cercana al punto de vista de la madre, el lector experimenta los cambios emocionales de Pelagia: su miedo, sus dudas, su orgullo. Esta focalización íntima permite al autor representar la conciencia popular desde dentro, no como objeto de estudio (como en Zola o Flaubert), sino como sujeto en formación.
La presencia femenina en la novela es también clave. Pelagia y Natacha representan dos formas de resistencia: la una maternal, resignada y luego solidaria; la otra, joven, instruida y militante. Cuando Natacha dice: “La luz de la razón debe iluminarnos” (p. 15), no solo reafirma su papel como educadora, sino que eleva la lucha obrera al plano moral y cultural. La solidaridad entre mujeres aparece como una red de afecto y sentido, que permite a Pelagia salir de su encierro. Incluso en los detalles más domésticos –como cuando le teje unas medias a Natacha– se expresa una ternura transformadora: “¡Le haré unas que no le picarán!” (p. 16).
La comunidad obrera que se forma alrededor de Paul es otro pilar del relato. Los sábados, su casa se convierte en centro de discusión, formación y esperanza. Lejos del ruido de la fábrica y del alcohol, este espacio íntimo se convierte en una célula revolucionaria. En este sentido, La madre introduce un componente utópico que contrasta con la grisura del inicio: la posibilidad de un nuevo mundo. Como dice el Pequeño Ruso: “A través del pantano de esta vida podrida, debemos construir un puente que nos conduzca hasta un nuevo mundo de bondad fraternal” (p. 15).
No obstante, Gorki no idealiza la lucha. La amenaza de la cárcel está presente desde el inicio, y Pelagia lo sabe: “¡Te perderás!” (p. 9). Pero incluso en la aceptación del sacrificio hay dignidad. La transformación de la madre culmina cuando acoge a los camaradas de su hijo, los escucha, los cuida, y se convierte simbólicamente en la madre del movimiento. Su evolución no es política en términos doctrinarios, sino profundamente ética. Comprende el sentido de la lucha, no por los libros, sino por el amor.
En conclusión, La madre es una obra esencial del Realismo socialista, pero también un testimonio profundamente humano sobre la capacidad de transformación. A través de la mirada de una madre obrera, Gorki nos muestra que incluso en los ambientes más oscuros, la luz puede abrirse paso si hay verdad, solidaridad y conciencia. La novela va más allá de la denuncia social; plantea una ética de la acción y del cuidado como caminos hacia la emancipación. Como afirma Paul: “Desde que he comprendido que no todos son responsables de su bajeza, mi corazón se enternece” (p. 10). Esta ternura, en medio de la opresión, es quizá el mayor acto revolucionario de todos.
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La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Educación mención Lengua y Literatura en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM)
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