Premio Pedro Henríquez Ureña: El Fantasma que Solo Aparece Cuando Conviene
El Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, creado con el loable propósito de reconocer a intelectuales destacados de habla hispana, ha terminado siendo una reliquia institucional que solo sale del baúl del olvido cuando hay beneficios políticos o simbólicos de por medio. Este galardón, que en teoría debía rendir tributo constante al legado humanista de Pedro Henríquez Ureña, ha sido entregado de forma esporádica, errática y, en muchos casos, oportunista.

Tras su creación en 2013, parecía que por fin República Dominicana tomaba en serio la necesidad de fomentar y reconocer la labor intelectual en el ámbito iberoamericano. Sin embargo, en lugar de consolidarse como una tradición cultural, el premio ha pasado más tiempo en la sombra que bajo los reflectores. Entre 2016 y 2023 no se entregó ni una sola vez. Siete años de silencio, de desinterés, de desmemoria institucional y parece que vamos por el mismo camino. ¿Qué ocurrió durante ese tiempo? ¿No hubo intelectuales dignos del reconocimiento? ¿O simplemente no hubo conveniencia política?
En 2023, reaparece el premio, ahora con nuevos laureados: Sergio Ramírez y Gioconda Belli. Notables figuras, sin duda. Pero la pregunta no es si merecen el premio (que lo merecen), sino por qué el premio resucita justo en un contexto político en el que galardonar a escritores exiliados y críticos del régimen de Ortega encajaba perfectamente en el discurso de defensa de la democracia que intentaba enarbolar el gobierno dominicano ante organismos internacionales. El problema no es la calidad de los premiados. El problema es la falta de coherencia, de institucionalidad, de respeto por el legado que se dice defender. Convertir un premio literario en una herramienta de validación circunstancial es una falta grave contra la cultura, contra los escritores y contra el propio Pedro Henríquez Ureña, cuyo nombre se manosea cada vez que alguien necesita quedar bien con los intelectuales, aunque el resto del año no se les escuche ni se les invite a la mesa.

Un premio de esta magnitud no puede aparecer y desaparecer como si fuera un cometa. No puede ser una ficha de cambio en el ajedrez político-cultural del momento. Debe tener continuidad, transparencia, criterios firmes y, sobre todo, respeto. Porque cuando se premia solo cuando conviene, no se celebra la excelencia: se la utiliza.Y eso, más que una falta de visión cultural, es un acto de desmemoria cínica.
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