Cultura y Pueblo: Una Reflexión Crítica sobre la Política Cultural en América Latina y República Dominicana
Cultura y Pueblo: Una Reflexión Crítica sobre la Política Cultural en América Latina y República Dominicana
Por: Andrés Mejía Yepez
Abogado y Gestor Cultural
En América Latina, y particularmente en países como Brasil, hemos visto experiencias valiosas en cuanto a la formulación de políticas culturales como parte integral del desarrollo nacional. Sin embargo, incluso en esos modelos avanzados, se repite un fenómeno que también afecta a la República Dominicana: la desconexión entre los gestores culturales, los artistas institucionalizados y el pueblo real.
Una cultura sin pueblo es una cultura sin alma
Cuando la política cultural queda en manos de élites artísticas o de una clase creativa encerrada en círculos cerrados —que muchas veces no representan ni dialogan con la gente común—, la cultura pierde su verdadera fuerza política y social. El pueblo deja de sentirse reflejado, y lo que debería ser una herramienta de cohesión e identidad, se convierte en espectáculo elitista o en actividad sin impacto.
Brasil ha tenido experiencias exitosas, pero también ha recibido críticas cuando las grandes inversiones culturales no llegaron a las favelas, ni a los quilombos, ni a las periferias indígenas o afrodescendientes. En esos momentos, surgió una nueva ola de líderes culturales comunitarios que devolvieron la cultura al pueblo. Esa es la lección a aprender.
¿Qué se puede hacer al respecto?
1. Cambiar la lógica de arriba hacia abajo:
Es necesario que la política cultural dominicana se construya desde las comunidades hacia el Estado, no al revés. Los gestores culturales, músicos populares, narradores orales, cocineros tradicionales, carnavaleros, artesanos y artistas de barrio deben tener voz y recursos.
2. Apoyar a los nuevos protagonistas culturales:
La cultura dominicana no está solo en los museos y teatros, sino en los barrios, en las esquinas, en los campos, en las procesiones, en los clubes deportivos y en las emisoras comunitarias. Es urgente diseñar un modelo de “puntos de cultura dominicanos” que funcionen como núcleos de producción y formación cultural descentralizada.
3. Establecer una Ley de Democratización Cultural:
Que garantice recursos y representación en las políticas públicas a gestores de base, promotores culturales barriales, artistas emergentes y proyectos comunitarios.
4. Formar gestores culturales con sensibilidad popular:
Que la profesionalización no implique distanciamiento del pueblo. Un gestor debe ser puente, no barrera. Es fundamental incluir formación ética y comunitaria en los programas de capacitación cultural.
5. Revalorizar lo nuestro, desde lo cotidiano:
Se deben promover campañas permanentes de orgullo cultural dominicano, no solo desde los grandes nombres, sino desde la música típica, la cocina local, la lengua del barrio, el mural de esquina, el sonador de tambora, el actor de teatro callejero.
Un mensaje para Carolina Mejía:
Si en 2028 República Dominicana quiere dar un salto hacia un nuevo modelo de nación, la cultura debe ser vista como política de Estado y de pueblo a la vez. Que no se gobierne para los artistas reconocidos únicamente, sino con y para los portadores de la cultura popular, quienes resisten y crean desde el anonimato con dignidad.
Una futura presidenta debe entender que cultura no es lujo, es estructura nacional. Y que el país necesita no solo más festivales o museos, sino más identidad viva, más pertenencia colectiva, más orgullo compartido. Y eso solo se logra cuando el pueblo se siente protagonista, no espectador.
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