“Cuando el Cemí se Encontró con la Cruz: Visión Taína y el Choque de los Intereses Coloniales”
“Cuando el Cemí se Encontró con la Cruz: Visión Taína y el Choque de los Intereses Coloniales”
Por Andrés Mejía Yepez, Abogado y Gestor Cultural
Cuando los europeos pisaron esta isla, no llegaron simplemente con barcos y armas. Llegaron con hambre. Hambre de tierras, de metales, de obediencia, de almas. Y detrás de esa cruz que portaban los frailes, había un imperio que no venía a entender, sino a imponer.
Los taínos tenían su propia forma de ver el mundo. No conocían la propiedad privada como la entendemos hoy. Su organización social era comunitaria: el cacique no era un tirano, sino un mediador. El behique no era un brujo, sino un sabio. La espiritualidad no se basaba en el miedo al castigo eterno, sino en la conexión con la naturaleza, con los ancestros y con los cemíes —esas figuras de piedra o madera que eran a la vez dioses, recuerdos y fuerzas vivas.
En su gastronomía había equilibrio: el casabe no era solo alimento, era símbolo de resistencia, elaborado colectivamente por mujeres que tejían el sustento con manos sagradas. Comían lo que cultivaban, cazaban o pescaban, según los ciclos naturales. Su tiempo no era lineal, sino cíclico. El día y la noche, la vida y la muerte, todo era parte del gran areíto del universo.
Pero a los ojos del colonizador, eso no era civilización, sino paganismo. La cruz fue usada como llave para abrir el alma del indígena y vaciarla de sus dioses. No hubo interés real en comprender la cosmovisión taína: solo en erradicarla. Se destruyeron cemíes, se ridiculizaron sus rituales, se persiguió la medicina ancestral. La fe católica fue convertida en instrumento de dominación más que de salvación.
Detrás de todo esto estaban los intereses materiales de la Corona Española y de una Europa deseosa de oro, rutas y territorios. El “descubrimiento” fue un proyecto económico vestido de misión espiritual. Y aunque nos enseñaron que vinieron a civilizarnos, lo cierto es que lo que hicieron fue desarraigarnos.
Hoy, cinco siglos después, seguimos pagando las consecuencias. La espiritualidad dominicana, mestiza y popular, aún carga con la herida de esa imposición. La cultura oficial aún reproduce estructuras coloniales. Pero hay esperanza: cada vez más jóvenes vuelven a mirar hacia el cemí, hacia el areíto, hacia la tierra. Están preguntándose: ¿y si el verdadero camino de desarrollo cultural y nacional no es europeo ni norteamericano, sino ancestral?
Este artículo propone una nueva narrativa: reapropiarnos del legado taíno no como nostalgia, sino como estrategia. Rescatar su visión del tiempo, de la comida, del liderazgo, de lo sagrado. Porque el futuro de una nación no se construye sobre ruinas olvidadas, sino sobre raíces reconocidas.
Y quizás, solo quizás, cuando volvamos a mirar al cemí sin miedo ni prejuicio, descubramos que la cruz también puede redimirse… si aprende a convivir con los dioses de la tierra.
Post Comment