Capotillo no tiene quien le escriba

En la República Dominicana de los ministerios rimbombantes, de las ruedas de prensa cargadas de promesas, Capotillo sigue esperando. No espera un milagro ni exige lujos: espera atención real, sincera, constante. Mientras los funcionarios van y vienen con carpetas llenas de planes estratégicos y discursos de inclusión, niños y jóvenes del barrio más estigmatizado del Distrito Nacional escriben, dibujan, sueñan.

Lo hacen sin cámaras, sin promesas, sin presupuestos públicos, guiados solo por la voluntad de organizaciones comunitarias como IMPACTO CULTURAL CAPOTILLO 42 (ICC42) e INDARTE, que han sembrado cultura donde otros solo ven conflicto.


Hoy, mientras se trabaja desde adentro en la creación de una “Antología de Relatos” escrita por jóvenes del sector, un proyecto que bien podría ser bandera de cualquier política cultural con enfoque social, las autoridades parecen mirar hacia otro lado.


Capotillo no aparece en los titulares, sino cuando hay operativos o tragedias. Los niños que escriben no dan votos, no generan trending topics, no aparecen abrazando a candidatos. Son invisibles para el sistema, pero profundamente visibles para quienes aún creemos en la cultura como derecho y transformación.


En estos días un ministro-candidato se dejó ver por el barrio abrazando viejitas, sonriendo con esa amabilidad que solo dura lo que dura una campaña. Pero no se detuvo a preguntar por los jóvenes que escriben. No preguntó qué necesitan, qué sueñan, qué libros quieren leer o publicar. En este sentido, y trayendo a colación las letras de Gabriel García Márquez, podríamos decir que Capotillo también “no tiene quién le escriba”.


Por eso, este artículo no es solo una denuncia. Es un llamado. A que el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación, el Gabinete de Políticas Sociales, el Ayuntamiento, el Ministerio de Interior y Policía y todo aquel que proclama trabajar por la inclusión, miren hacia donde de verdad se construye nación: en las voces que nacen del barrio, en las manos que escriben en medio de la precariedad, en la esperanza que persiste sin recursos ni propaganda. Capotillo no necesita dádivas: necesita inversión, respeto y coherencia.

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